En la planta sótano del hospital, donde está radiología, no
tengo cobertura. Además, suele haber tanta gente, que cada vez que voy, me paso
al menos veinte minutos de pie sin nada que hacer más que observar lo que
ocurre a mi alrededor. Sobre todo, lo que ocurre en la ventanilla, que es la
ansiada meta a la que aspiro a llegar lo antes posible para marcharme o
sentarme, según sea el caso. ¿Qué tiene que ver la cobertura? Mucho, porque eso
implica que no tengo nada con lo que distraerme mientras espero.
Por la
ventanilla va pasando gente que está allí para pedir cita, para recoger pruebas
de hace no sé cuántos meses, personas accidentadas derivadas desde urgencias y
otros que esperan para hacerse un TAC, una ecografía o lo que toque y siempre
ocurre algo interesante. El otro día, sin ir más lejos, una señora pretendía
recoger unas pruebas que se había hecho en otro hospital. La señorita que la
atendía no alcanzaba a comprender lo que la mujer le estaba pidiendo, y cuando
al fin lo logró, le dijo, con lógica aplastante, que si se había hecho las
pruebas en otro hospital, tendría que ir al otro hospital a recogerlas.
Otro señor,
aprovechó que salía un enfermero para colarse por las puertas automáticas en
cuanto su turno apareció en la pantalla. Al momento, salió una enfermera que,
utilizando el código que nos proporcionan, lo llamaba en voz alta y,
obviamente, el señor no contestaba porque estaba ya al otro lado de la puerta.
Otra señora que, como yo, observaba lo que ocurría mientras hacía cola, se lo
advirtió a la enfermera y ¡voilá!, al
abrir la puerta, allí se encontró con el señor en mitad del pasillo, al que le
explicó pacientemente que debe esperar a que salga el técnico correspondiente a
buscarlo.
Otra chica
muy rubia con acento holandés (o similar) entró en pánico varias veces al ver
que su turno desaparecía de la pantalla. Se giraba nerviosa, hablando sola y
subiéndose y bajándose la mascarilla para acercarse al mostrador a decir que su
turno había desaparecido. También a ella le explicaron que había muchos
técnicos y que no se preocupara, que ya saldrían a buscarla.
Cuando el
señor de pelo negro y vaqueros llegó a la ventanilla, se acercó a él una señora
en silla de ruedas, que había estado esperando junto a las sillas fijas y en la
que yo no había reparado hasta entonces. Tenía una melena corta muy rubia y
bien peinada, llevaba pantalón negro y chaqueta, muy arreglada, y la impresión
que me causó fue la de una mujer activa, profesional, culta, incluso. Tenía el
ceño fruncido, no sé si de la preocupación o por el dolor. Al principio no me
percaté de nada, pero al observarla con más detenimiento me di cuenta de que
tenía uno de los pies muy hinchado embutido en unas manoletinas negras con un
lazo de terciopelo.
El hombre
llevaba unos cuantos papeles en la mano izquierda y por sus gestos, me pareció
entender que acababan de salir de traumatología. Hablaba con la señorita del
mostrador y enseguida se inclinaba hacia la mujer para contarle lo que le había
dicho mientras le acariciaba el pelo con la mano derecha. La ternura que se
adivinaba en sus palabras y en sus gestos me endulzó la espera. Transmitían
solidez y dulzura y me recordaron una expresión en inglés, “I’ve got your back”, que significa aquí
estoy para ayudarte, para defenderte, yo te cuido si lo necesitas.
Le ofrecieron una cita en domingo. Él
se inclinó de nuevo y con más caricias lo consultó con ella y convinieron en
que sí, lo que adiviné por los gestos que hacían. Él le dijo algo más que no
llegué a oír, pero yo fantaseé con que le había propuesto aprovechar esa salida
para invitarla a comer en su restaurante preferido. Porque sí. Porque en mi imaginación, a aquella pareja le
pegaba mucho compartir un brownie con
helado de vainilla mirándose a los ojos.
Foto: https://pixabay.com/es/users/mariolh-62451/
Me encanta esa manera tierna de observar qué tienes.
ResponderEliminarQué suerte que no hubiera cobertura!
Soy Chabela, querida escritora.
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